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Parque La Libertad

El cuerpo adolescente de Jason López Madrigal apenas soportaba las duras jornadas laborales y su mente parecía desvanecerse a ratos. “¡Empuje! ¡Póngale!” eran palabras que azotaban su espalda mientras, metido en una zanja de metro y medio, hacía trabajos de construcción.

Cuando recobraba la noción, ya no estaba en la zanja, sino trabajando en hojalatería para un jefe que poco le importaba su futuro. Las horas de servicio se extendían más y más y a su patrón le daba igual si afectaba sus estudios. De hecho, le molestaba cuando debía retirarse para asistir a clases. “Él empezó a desvalorizarme porque yo era muchacho y quería explotarme y explotarme y explotarme”, cuenta Jason.

Agotado tras la dura labor, debía llegar a su casa y, sin tiempo de comer o tomar café, ponerse la mochila al hombro para ir al colegio nocturno. Frecuentemente llegaba tarde y debía sentarse en la fila de atrás, donde no veía nada del pizarrón por la combinación del cansancio y problemas de vista no tratados.

Al no ver bien, no entendía la materia así que los regaños de su profesor se multiplicaban y Jason, ensimismado, no se atrevía a refutarlo. “Yo no le decía nada porque él no sabe qué es lo que uno está pasando.”

Salía de clases a las diez de la noche, muerto de cansancio y sintiéndose completamente incomprendido.

Para su decepción, este año no pudo matricular el colegio debido a un problema con los plazos de inscripción. Después, Jason renunció a su empleo al no sentirse valorado. “Él (su ex jefe) dijo que había perdido conmigo y que salado. Como diciendo que solo con él yo iba a tener trabajo, que no iba a tener plata. Entonces, yo dije que no le iba a dar el gusto, yo no iba a pedir cacao”, dijo López con la convicción de que él estaba destinado para más y que, con esfuerzo, una mejor oportunidad iba a llegar.

Hoy, Jason tiene veinte años y se encuentra en una situación muy diferente: ya no trabaja para un jefe tirano. Al contrario, trabaja rodeado de jóvenes como él, jóvenes que quieren superarse y saben lo que cuesta la vida cuando, por contexto, las oportunidades se les cierran y no les queda otra opción más que balancear el trabajo con los estudios para subsistir en una sociedad que no comprende sus limitaciones; en una sociedad que los excluye.

Mientras habla, todo a su alrededor continúa en movimiento. Por un lado, Aaron, de veintitrés años, funde el armazón de un pequeño carrusel. A su derecha, Carlos mira los planos de la casa que será parte del decorado de una obra de teatro. Detrás, Chino y Cristian le dan los acabados a una puerta de la escenografía.

Jason es parte del proyecto ConstruYo del Parque La Libertad, una iniciativa que busca unir un grupo de jóvenes que no estudian ni trabajan y que tienen la inmediata necesidad de ingresar al mercado laboral, para que construyan los escenarios que se utilizarán en el Festival Internacional de las Artes 2017 (FIA).

La mayoría de los muchachos ya han pasado por todo un proceso de cursos dentro del Parque que les han desarrollado una serie de competencias en habilidades socio-emocionales para trabajo en equipo, comunicación asertiva, pensamiento creativo, así como destrezas técnicas en maderas, pintura y computación. Esto ha creado un fuerte sentido de pertenencia en ellos.

“Aquí he encontrado demasiada comprensión —comenta Jason—. Por eso quiero seguir estudiando porque ellos (los compañeros y equipo del Parque) lo motivan a uno a seguir adelante. No solo en esto, sino en la vida de uno; aprender a superarse. Nada es imposible en esta vida y si usted se lo propone y si usted quiere cumplir una meta, usted la cumple. Yo llegué y vea todos los obstáculos: mi papá no me quiso ayudar, me dijo que no, que yo no iba a hacer nada. Y yo llegué y pasé por mis propios medios. Yo no dependía de él, entonces eso me hizo hacerme más… más como persona. Ver que sí puedo llegar y cumplir las cosas que quiero en la vida —Jason hace una breve pausa, como si se diera cuenta de cuánto ha recorrido—. Me encontré conmigo mismo. Si yo no hubiera hecho nada seguro estaría estancado, no estaría aquí”.

Por donde se mire, estos muchachos están creando algo completamente nuevo para ellos: arte.

“Se están dando cuenta de eso. Si antes sabían meter un clavo en una tabla, ahora saben que eso lo pueden convertir en una escenografía y lo pueden convertir en algo más grande que solo una mesa”, agrega Luis Acuña, gestor de Juventudes del Eje de Desarrollo y Promoción Comunitario del Parque. “También  están valorando la posibilidad de aportar al tema cultural del país. El FIA sin ellos no podría ser el FIA que va a ser”.

Los muchachos también tienen la oportunidad de trabajar con profesionales como Erick Víquez, que se ha visto involucrado en proyectos del calibre de Escuadrón Suicida (película de Hollywood).

“A mí me resulta muy interesante porque, de alguna manera, estamos creando personal de apoyo a futuro. Máxime en un área tan poco común como es la escenografía. Hay expectativa y es interesante porque estoy exponiéndolos a cosas que ellos habitualmente no conocen”, resume Erick, quien es el director escenográfico del FIA.

Para Víquez, la iniciativa le está abriendo una nueva frontera a un grupo de muchachos que estaban acostumbrados a que su labor fuera meramente constructiva y no artística. “Puede que ahorita mismo estemos atestiguando los primeros pasos de un futuro escenógrafo”.

“Esta es mi primera vez en esto y quiero poner todo mi empeño y dar todo lo que pueda porque es una vara muy tuanis, y me ha gustado mucho. Yo nunca había ido a un teatro o a una obra y del FIA nunca había escuchado. Ya ahora sí me va a gustar mucho”, menciona López. “Ya estar aquí es algo muy diferente. Son oportunidades que se le presentan a uno en la vida y es muy importante valorarlas y aprovecharlas y apreciar el trabajo, porque eso es lo que me gusta: estar haciendo algo. No me gusta estar de vago, me gusta dar el sustento a mi familia.”

Mientras corta la madera, Jason vuelve a ver a su alrededor. Hace un par de meses no habían más que tablas regadas por el piso. Hoy, los muchachos han teñido con pinceladas de arte una madera sin vida, como lo hace un artesano con la arcilla húmeda. “Cuando vaya al teatro me voy a sentir orgulloso. Cuando vea todas esas luces prendidas y saber que nosotros lo hicimos; es bonito, es un orgullo”.